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Juguete roto

Amurallada de corazón, otra noche más.  La tristeza danza por las rendijas de mis intestinos, aun intentando purgarla cuando el silencio observa.  Esta catarsis de cada domingo supura hasta consumirme, este hambre disuelto en ganas de vida, de tacto, de miradas que termina siempre apaciguado en el frío de un lugar vacío solo ocupado por mi sombra.  Siempre llega puntual, esa bestia sin vida que dice ser yo.  Me arreglo, me visto con mis mejores penas y dejo que me debore, célula a célula hasta que somos una.  Es tan evidente, pero nadie ve. Nadie nunca (me) mira.  Vomito flores que nacen en otros jardines lejos del mío.  Aquí, tierra seca, un cementerio de emociones que solo yo vi nacer y morir.  Ojalá descansar en paz, pero la vida sigue reclamándome. Los corazones de los otros son difusos, complejos. Paso mis horas estudiando su anatomía para poder encontrar la entrada.  Me rompo los huesos día a día para entrar en ellos, para encontrar ese...
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La gente pequeña

La gente pequeña es nómada de corazón. Vive en sus diminutas casas de papel y cada que el viento se levanta tiene que cambiar de hogar.  La gente pequeña (diminuta, como una pulga), cargan con su corazón (enorme) a las espaldas y cada roce les hace daño.  Se esconden en las hojas de té y se calientan con las velas encendidas de un hogar que nunca será suyo.  En sus manos, raíces que nunca crecen. Nómadas por obligación.  Esquivan pisadas y se disuelven en la voz de la gente grande. Tan tan alta que no los ven. Corren, gritan, lloran, pero la gente alta nunca baja la vista.  Y saltan y saltan y saltan toda su vida, pero nunca lo suficientemente alto.  Ellos solo quieren verse desde la mirada de otros, para dejar de sentirse unos extraños. Y vestirse de olores, como los de un hogar. 

Fecha de caducidad

Los cambios necesitan tiempo, pero yo siempre he sido de correr.  Del latido apresurado, de la respiración frenética, de los labios moviéndose antes de racionar o reaccionar.  Quieren apuñalar mi arte. Eso lo sé. Lo he visto en cada minuto que desperdicio en esta pantalla.  Los veo detrás de los algoritmos y el consumismo.  Miro a mi alrededor y todo son matojos que nunca llegaron a florecer.  Las horas perdidas se acumulan en el estanque donde chapoteo por intentar recuperar mi imaginación. Encerrado está el tiempo consumido e irrecuperable que nunca llegué a palpar. ¿Es realmente un robo si yo dejé que abrieran mi hogar y lo decoraran como ellos imponían? Pero de alguna manera siento que así es. Que esa sombra sigilosa se instaló en mi cabeza y clonó los pensamientos del exterior.  Me quieren dócil tras la pantalla. El mundo sigue aplaudiendo a ideas vacías y sin contenido que se repiten una y otra vez.  Noto a las almas derretirse en el sofá, mientr...

Sueños de ceniza

Entre el abismo  del recuerdo y el deseo,  ahí juego en la penumbra a ser quien no debo,  a ser quien yo quiero. El cielo a mis espaldas pesa y el viento  sopla  hasta ahogarme el corazón.   Ya no queda tiempo. A lo lejos, un desierto de arena Que cae y cae hasta recordarme  Que las manecillas están  aunque no las vea. Corre y corre la niña de papel,  pensando que algún día volará lejos Pero insiste en aferrarse al plomo en sus zapatos  Como si alguna vez eso la hubiera ayudado.  Se corta los pies y vuela  vuela y vuela,  Pero cuando abre el corazón  sus pies aún le pesan y la maleta aún está llena. 

Los juegos de azar

Me pasé la vida huyendo de espejos y miradas,  perdiendo la vida en cada verso,  palabra o reflejo donde alguien siquiera entretejiera mi nombre. Ahí,  cómodamente en la penumbra, se alimentaba un vacío  casi tan grande como yo misma donde un día,  sin aviso,  solo quedó de mí una sombra Aún con todo, la vida a menudo me recordaba  que yo siempre jugaba con el corazón mientras que el resto solo apostaba monedas. Pero esto no se trataba de un juego de azar y yo sabía (y sé) que quiero todo o nada. 

Pieles

Quizás   mi cuerpo  fue construido como refugio.  Quizás las grietas  de mis labios  se trazaron  para abrir camino a los viajeros cansados. Quizás mi piel era  el fuego  que necesitaban  en las noches de tormenta  (en sus corazones)  o puede que mis manos  esculpieran sus mitos  y leyendas sobre mí. Quizás alguna vez  me paseé en sus sueños,  con el corazón en una mano  y sus pieles en la otra, como si mi nombre  se transformara  en un secreto inconfesable y allí vistiera con la verdad  que solo ellos conocen. Quizás alguna vez  fui un fuego inapagable, un pensamiento irrompible, un suspiro contenido. Quizás  y solo quizás fui musa  y no solo poeta.

La princesa

 La princesa está muda, alguien le robó la voz. El pueblo entero permanece dormido por sus suspiros de dolor.  Sería tan fácil quedarse allí en el valle,  con el aire sedoso y el corazón pesado incitándola a caminar hasta el río donde por fin finalizar su legado.  La princesa ya no tiene patria,  fue exiliada una vez más.  Otra vez vuelve a sentirse extranjera en las pieles que una vez fueron hogar.  Las amapolas están tristes, porque ahora ella las acompaña. No hay ni un hueco en el mundo  en el que ella por fin deje de ser una extraña.