La poesía comenzó la autopsia en un día como este. Al abrirle el pecho, los diminutos seres salieron de ella en silencio, clavando sus tentáculos en la piel ceniza. Las frías manos de los versos hurgaron en la arena de su pecho. Enterrado en él, dos corazones, ambos de ella: coleccionista de recuerdos ajenos, con miedo a tejer los suyos propios. Aún estaban, clavados en sus pulmones, los acentos, creciendo como hiedra. Sus pecados, uno a uno, colgaban de sus costillas. A las palabras, mudas, las encontraron escondidas entre las grietas de sus manos, en la tinta invisible de sus ojos. Todos bebieron de su vino, de su abrigo, de su miedo y luego brindaron a sus pies, con el cuerpo aún caliente. Encontrar la causa fue fácil. La nostalgía aún escribía cuando encontraron el cuerpo.
Abrirme las entrañas y vomitar lo que hay en ellas: eso es escribir para mí. Las palabras se dibujan en esta tierra esparcida de la que nacen mis sentimientos; a veces árida, a veces húmeda. Camina de puntillas por ella y cierra con delicadeza al marcharte, cuidado con los cristales.