Reposas ya sobre paz. Tus ojos de luz ya no contemplan esta vida, ni tus firmes manos me sujetan para alcanzar al futuro, ni tus abrazos curan heridas, porque los fantasmas no sanan, solo escuecen. Y camino entre patios de colegio, y toboganes donde una vez reí y ahora me balanceo entre columpios sollozando. La infancia, ese parque de juegos sin finalizar, ese lugar refugio que ya no, ya nunca. Y repito una y otra vez como una canción enfermiza que hace sangrar a mis tímpanos que tú ya no, ya nunca, ya solo recuerdo. Sigues siendo mi diente de león y mi estrella fugaz. Pero también mi herida sin cicatrizar. ¿A dónde van las almas? La mía murió aquel 13 y vaga perdida entre la gente sin lugar a donde ir, sin nadie a quien aferrarse. Estoy en medio de una tormenta y no puedo ver entre el caos, no puedo respirar, no puedo vivir. Tu recuerdo es como una puñalada y llevo sangrando dos años. No sé cómo termina el cuento o si alguna vez empezó, pero...
Abrirme las entrañas y vomitar lo que hay en ellas: eso es escribir para mí. Las palabras se dibujan en esta tierra esparcida de la que nacen mis sentimientos; a veces árida, a veces húmeda. Camina de puntillas por ella y cierra con delicadeza al marcharte, cuidado con los cristales.