Kuroi nació con una extraña condición: no era capaz de ver a las personas por los colores que todo el mundo percibía. Por ello, su cerebro tomaba a sus anchas toda una barra libre de arcoiris. Desde una piel color amarillo girasol hasta una roja sangre. Un lienzo donde plasmar para cada persona un color alternativo al que ellas mismas veían. Sus padres, que sin ser detectives ya empezaban a sospechar que algo pasaba, no resolvieron el misterio hasta que, después de una larga espera, decidió (que no es lo mismo que aprender o costar) hablar. Leo, su padre, que pensaba que Kuroi era muda para cuando el momento llegó, festejó sus primeras palabras, también comprobando que su hija había decidido hablar todo lo que no lo había hecho durante el tiempo perdido. Fue un día de ese entonces, en el que el cielo estaba nublado (incluso con nubes con forma de signo de interrogación) y con una bruma densa en el ambiente, que decidieron estar en casa viendo una película cuando Kuroi dijo que su ...
Abrirme las entrañas y vomitar lo que hay en ellas: eso es escribir para mí. Las palabras se dibujan en esta tierra esparcida de la que nacen mis sentimientos; a veces árida, a veces húmeda. Camina de puntillas por ella y cierra con delicadeza al marcharte, cuidado con los cristales.