La princesa está muda, alguien le robó la voz. El pueblo entero permanece dormido por sus suspiros de dolor. Sería tan fácil quedarse allí en el valle, con el aire sedoso y el corazón pesado incitándola a caminar hasta el río donde por fin finalizar su legado. La princesa ya no tiene patria, fue exiliada una vez más. Otra vez vuelve a sentirse extranjera en las pieles que una vez fueron hogar. Las amapolas están tristes, porque ahora ella las acompaña. No hay ni un hueco en el mundo en el que ella por fin deje de ser una extraña.
Abrirme las entrañas y vomitar lo que hay en ellas: eso es escribir para mí. Las palabras se dibujan en esta tierra esparcida de la que nacen mis sentimientos; a veces árida, a veces húmeda. Camina de puntillas por ella y cierra con delicadeza al marcharte, cuidado con los cristales.