La princesa está muda, alguien le robó la voz.
El pueblo entero permanece dormido
por sus suspiros de dolor.
Sería tan fácil quedarse allí en el valle,
con el aire sedoso y el corazón pesado
incitándola a caminar hasta el río
donde por fin finalizar su legado.
La princesa ya no tiene patria,
fue exiliada una vez más.
Otra vez vuelve a sentirse extranjera
en las pieles que una vez fueron hogar.
Las amapolas están tristes,
porque ahora ella las acompaña.
No hay ni un hueco en el mundo
en el que ella
por fin
deje de ser una extraña.
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