I Amado silencio, manantial de paz. Ríos de caos golpean los frágiles cristales del inconsciente. En penumbra, el caparazón se despoja. Caretas y armaduras yacen lejos, desnudez embriagadora, oculta para siempre. Los poemas nacen y mueren en mi boca, fuego contra demonios prisioneros. Poemas desolados se lanzan al inmenso vacío de lo nunca dicho. Esqueletos de palabras creados en la soledad más profunda, robados de su esencia misma. Afuera gritan, el tiempo se disipa en la neblina de lo perdido. Aquí: quietud, calma, aire. El tiempo es mío, ¡no me lo arrebatéis! II Peso de cuerpo inerte, sonido artificial de un día articulado. Estoy. Deidades precipitan al origen de todo, seres diminutos, delirios de grandeza. Mil sombras pisan a la mía, la pierdo entre ellas. ¿Estoy? Soledad intacta frente al corrosivo tiempo. El silencio: animal temido, depredador y presa. Las horas no callan, las sombras no pausan, el silencio ataca. Alaridos de dolor devorad...
Abrirme las entrañas y vomitar lo que hay en ellas: eso es escribir para mí. Las palabras se dibujan en esta tierra esparcida de la que nacen mis sentimientos; a veces árida, a veces húmeda. Camina de puntillas por ella y cierra con delicadeza al marcharte, cuidado con los cristales.