Y de nuevo, el viento quema y mis pulmones arden. Mis manos son humo que envenenan los cuerpos de gente amada y corazones donde soy extranjera. Trepan por mi columna vertebral pequeñas nostalgias, se agarran a los engranajes de mi cuerpo. Sentirse otra en otros brazos y creerse mil animales diferentes en cada cuerpo con el que me rozo. Un cordero, un tigre, un gato, un lobo. Pequeños trozos de mí precipitan en las lágrimas de rostros que jamás conoceré. Siluetas que mi voz conoce, pero mis ojos no, mi alma no, que mis manos saben, trazan, dibujan, envuelven, pero también quiebran y mis pies pisan. Y entonces mis brazos envuelven a personas que ya no son personas, solo figuras, ideas, constelaciones iluminadas por recuerdos muertos. Consumo el tiempo como cigarros cuyo humo empapa de nostalgia las habitaciones, las calles, los portales, los besos que di y los que no pude, las prisas, los desórdenes, la vida bocabajo. Mis sombras corretean en círculos ...
Abrirme las entrañas y vomitar lo que hay en ellas: eso es escribir para mí. Las palabras se dibujan en esta tierra esparcida de la que nacen mis sentimientos; a veces árida, a veces húmeda. Camina de puntillas por ella y cierra con delicadeza al marcharte, cuidado con los cristales.