En su garganta mi voz cosida lleva. Pero las fisuras, exploradas y declaradas suyas, no son la piel con la que él soñó. Aún en su alma tatuados están unos ojos (jamás míos) que no le miran de vuelta. En el cementerio -de las palabras muertas- donde las ánimas de la tristeza caban las tumbas, aquí escondo lo que llevo remendado yo. Donde a él nunca llegue, donde yo no lo vea. Que lo que era el sueño con el hilo no era más que una pesadilla con la fragancia del amor y nunca seré ella.
Abrirme las entrañas y vomitar lo que hay en ellas: eso es escribir para mí. Las palabras se dibujan en esta tierra esparcida de la que nacen mis sentimientos; a veces árida, a veces húmeda. Camina de puntillas por ella y cierra con delicadeza al marcharte, cuidado con los cristales.