Los cambios necesitan tiempo, pero yo siempre he sido de correr.
Del latido apresurado, de la respiración frenética, de los labios moviéndose antes de racionar o reaccionar.
Quieren apuñalar mi arte. Eso lo sé. Lo he visto en cada minuto que desperdicio en esta pantalla.
Los veo detrás de los algoritmos y el consumismo.
Miro a mi alrededor y todo son matojos que nunca llegaron a florecer.
Las horas perdidas se acumulan en el estanque donde chapoteo por intentar recuperar mi imaginación. Encerrado está el tiempo consumido e irrecuperable que nunca llegué a palpar. ¿Es realmente un robo si yo dejé que abrieran mi hogar y lo decoraran como ellos imponían?
Pero de alguna manera siento que así es. Que esa sombra sigilosa se instaló en mi cabeza y clonó los pensamientos del exterior.
Me quieren dócil tras la pantalla. El mundo sigue aplaudiendo a ideas vacías y sin contenido que se repiten una y otra vez.
Noto a las almas derretirse en el sofá, mientras los ojos vacíos contemplan en bucle vidas que nunca serán suyas. Los bufones salen a pasear mientras poco a poco nos quedamos sin nosotros mismos.
Llévame a donde mis ideas siguen siendo mías y no un producto fabricado en serie. Llévame al riachuelo de sueños que los gigantes aplastaron hasta enterrar. Llévame a las risas que nacen naturales, leéme un libro de esos que no copie a ningún otro, háblame de una película que nunca antes haya realmente visto. Llévame a lo cuidado, a lo original.
Arráncame este frenetismo, este falso vacío de necesidad sin fondo. Aléjame de las miradas de plástico y desnúdate conmigo, de ser humano a ser humano, de corazón a corazón.
No quiero que me consuman.
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