La gente pequeña es nómada de corazón. Vive en sus diminutas casas de papel y cada que el viento se levanta tiene que cambiar de hogar.
La gente pequeña (diminuta, como una pulga), cargan con su corazón (enorme) a las espaldas y cada roce les hace daño.
Se esconden en las hojas de té y se calientan con las velas encendidas de un hogar que nunca será suyo.
En sus manos, raíces que nunca crecen. Nómadas por obligación.
Esquivan pisadas y se disuelven en la voz de la gente grande. Tan tan alta que no los ven. Corren, gritan, lloran, pero la gente alta nunca baja la vista.
Y saltan y saltan y saltan toda su vida, pero nunca lo suficientemente alto.
Ellos solo quieren verse desde la mirada de otros, para dejar de sentirse unos extraños. Y vestirse de olores, como los de un hogar.
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