Alguien mató a una mariposa al otro lado del mundo y ahora mis alas están marchitas.
Una vez escuché que los abrazos también pueden conventirse en los cimientos de una casa, pero el viento la destrozó.
O quizás fue ese grito negro que me ardía en las entrañas, el mismo que me quitó la voz.
Ahora mis pies caminan descalzos sobre un suelo repleto de cristales mientras doy pasos en círculo.
Perdida, encontrada, muerta.
Siempre será así, este juego infinito que todos parecen entender mientras yo aún sigo estudiando las reglas con el corazón desvordado en una mano.
Alguien incendió una margarita al otro lado del mundo y ahora yo vivo entre cenizas.
Hoy y ayer y mañana son los mismos, el reloj ha vuelto a romperse y el tiempo no pasa, aunque solo para mí.
Los otros viven sus vidas de plástico mientras la mía se deshoja por no regarla.
Alguien perdió una guerra y ahora yo no puedo levantarme de la cama.
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