En todas las tardes de domingo, las cartas siempre me muestran el mismo destino: Nunca podré ser alguien más, con una vida más.
El corazón me tiembla entre el ruido de los otros, su mera presencia lo convierte en cristal. Un movimiento en falso y mis pensamientos se tambalean. Estoy y no. Estoy contemplando desde una ventana la fiesta, estoy en el cristal borroso donde ellos ríen y se sientan a la mesa.
Hay un sitio para mí, un sitio olvidado al fondo de la reunión, junto a la fogata que se apagó hace años. Nadie mira en mi dirección. Mi voz suena ajena. Mis palabras nunca son las correctas, nunca las que ellos quieren, ¿cómo puedo serlo? enséñame a ser alguien más, a pensar, sentir, actuar como ellos.
Habito en las sombras de la indiferencia, entre el humo de los cigarros consumiéndose en los resquicios de las fiestas, en los secretos pronunciados sin palabras. Soy un fantasma con vida.
Siento todas las almas solapándose en la mía, el corazón palpitando por todos, pero ellos a mí no.
Soy todos los colores en uno, pero nadie sabe verme.
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