La tormenta rompe en mis costillas
donde las olas se extienden por el profundo océano.
El roce de la piel invisible burbujea en mí,
dulce como el pecado.
Los destellos de voz precipitan por mi garganta,
formando baladas que solo se pueden descifrar en la oscuridad.
El choce de las almas que
nunca podrán encontrarse,
ingravidas en este
espacio en el que
cada noche nos hundimos.
Los cantos de sirena
me sumergen en lo condenado.
Ellos me encontrarán.
Muñecas atadas,
las heridas escuecen con sal.
Ellos me encontrarán.
Está mi vientre cosido,
mi cuerpo en braile
trazando el camino
que nadie jamás leerá,
oculto en el baúl olvidado
de aquel barco hundido.
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