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Dominó

 En esta habitación nos reunimos por las noches.

Quien yo era, quienes eran ellos, los lugares ya vacíos.

Las almas, las risas, las pisadas, atrapadas en el irreparable frasco del pasado.

Miro entonces a través de ese mural, empapado de emociones que se me antojan ajenas.

Y el mural cambia, con cada visita y vistazo, la sensación de que nada es estático permanece grabada.

Gente nueva llega como un soplo de aire en un día seco.

Nuevos colores, historias, futuros.

Ellos no saben de todas mis yoes desaparecidas.

Nunca conocerán a la que fui hace dos primaveras o a la niña triste o a la niña sin esperanza o a la niña que jamás se había enamorado.

Tantas versiones de mí en ese frasco que ahora solo puedo mirar yo en noches como esta.

Solo yo y los que fueron conmigo estamos aquí.

¿Ellos también se paran a contemplarnos? 

¿También se envenenan de recuerdos hasta que el presente se les hace amargo?

¿Cómo decirles que a la que miran a través de sus recuerdos ya no existe?

No murió y sin embargo, ya no existe, pero en ellos sí.

Pedazos míos ya ajenos revolotean en corazones de personas a las que ya no conozco.

Así es la vida, desconocer algo que entendía como eterno y que, sin embargo, lo sea, pero no en ti o en nadie, en el innombrable recuerdo.

Pedazos míos que se clavan en otros.
Como astillas.
¿Qué pensarían de las nuevas versiones que hay hoy aquí?
¿Acaso importaría?

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