Quizás nunca se marchó,
tal vez se escondió
en algún callejón oscuro de mis nervios
donde ya no paseaba.
Puede que me vigilara;
es decir, a la nueva yo.
La yo que nació después
de creer que ya había renacido mil veces antes,
pero que sigue siendo la misma.
(Esto último es un secreto que,
si me cuentas,
lloraré a los pies de un árbol
para que en mi dolor resplandezca la vida).
Seguramente aún huela
a sangre oxidada,
a humo
de una hoguera
que sigue ardiendo en mí.
Se ha estado alimentando del silencio,
del desgaste.
Un parásito
que vive de mí,
que crece con cada rasguño,
con cada atisbo de dolor.
Vuelve a mí con los brazos abiertos.
Yo lloro de miedo,
pero corro hacia él.
Ahí está de nuevo,
el vacío.
Viejo amigo.
Comentarios
Publicar un comentario