A veces me convierto en un retrato gris fúnebre de mí misma, una sombra que bucea en mis pupilas, una niebla que adormece a mis sentidos.
La tinta que emerge de las líneas de mis manos escribe cada día un futuro distinto y yo, pequeña, diminuta, invisible, me escondo en el centro de todos los caminos y me dejo pasar.
Una por una todas las pisadas se esfuman y yo no sé regresar a mí.
¿Sabes de mis infiernos? ¿De los rigurosos rituales que acontecen cuando los días raros llegan a mí? Claro que no.
Antes de ser esta, fui mil sombras más, con mil rostros diferentes, con mil lágrimas tatuadas serpenteando entre mis escombros.
En mi cuerpo, en mi cabeza, en mi alma la noche y el día se unen en armonía, pero para ello batallé mil guerras hasta ahora.
¿Sabes de todas ellas, de la mujer que sobrevivió al huracán, de la niña huérfana de esperanza que ardió entre mis costillas? No, no lo haces.
¿Entonces, por qué juegas a conocerme si siempre fui escondite? ¿Por qué dices saber de los escombros de mis piernas, del dolor de mis manos, de la erosión de mi pecho? Para eso deberías haber buceado más hondo.
Pero no, decidiste chapotear en la superficie y clavar una bandera en mis pulmones.
Como si hubieras ganado la batalla,
como si hubieras estado en ella,
como si eso fuera suficiente para dejarme sin aire.
La tinta que emerge de las líneas de mis manos escribe cada día un futuro distinto y yo, pequeña, diminuta, invisible, me escondo en el centro de todos los caminos y me dejo pasar.
Una por una todas las pisadas se esfuman y yo no sé regresar a mí.
¿Sabes de mis infiernos? ¿De los rigurosos rituales que acontecen cuando los días raros llegan a mí? Claro que no.
Antes de ser esta, fui mil sombras más, con mil rostros diferentes, con mil lágrimas tatuadas serpenteando entre mis escombros.
En mi cuerpo, en mi cabeza, en mi alma la noche y el día se unen en armonía, pero para ello batallé mil guerras hasta ahora.
¿Sabes de todas ellas, de la mujer que sobrevivió al huracán, de la niña huérfana de esperanza que ardió entre mis costillas? No, no lo haces.
¿Entonces, por qué juegas a conocerme si siempre fui escondite? ¿Por qué dices saber de los escombros de mis piernas, del dolor de mis manos, de la erosión de mi pecho? Para eso deberías haber buceado más hondo.
Pero no, decidiste chapotear en la superficie y clavar una bandera en mis pulmones.
Como si hubieras ganado la batalla,
como si hubieras estado en ella,
como si eso fuera suficiente para dejarme sin aire.
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