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Plegaria

Grito en nombre de cada segundo en el que tu voz silencio a la mía. Vi que el amor no era amor cuando me descubrí sumisa mirándote como un suicida a una cuerda, como una creyente al descubrir que Dios no existe. 

Jamás te olvides de las veces que quemé mi nombre por ti, que derramé lágrimas de sangre cada luna a tu lado, de cuando vi ahogarse en las lagunas de mi mente a los míos mientras era tu salvavidas. Repetí tantas veces lo siento que me cosí la boca para silenciar mi plegaria.

Tus arañazos dibujan un eco en mis manos. Jamás vuelvas a romperme las muñecas para enseñarme los clavos que yo misma acepté si eran tuyos.
 
Y alguna vez, hecha un ovillo en tu impasividad, repetí como una nana que tú eras mi espejo, tu corazón el mío. Pero no. Yo juego a ser cuchillo y hago herida, pero siempre en mi propia carne, no en la que me ofrecieron otros con ternura.

Ahora con los pedazos de aquel espejo apuñalo cada palabra que decías en mi contra.

Nunca es tarde para arropar con delicadeza al poco amor que me queda y esconderte a ti bajo la cama. Dejé de temer a los monstruos el día que te miré a los ojos y vi todo lo que había detrás. 

Tu recuerdo me mira como un perro al que abandonaron sin mirar atrás, pero no pienso volver a recoger sus cenizas.

Cuando el mundo llueva y busques el calor de mi amor recuerda que lo rompiste pedazo a pedazo hasta que de él no quedó nada. Soy la carcajada después de la lluvia, tú, la lluvia.

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